domingo, 2 de agosto de 2015

Azul


No todo resbalón significa una caída.
Deja que te cuente algo...
Cuando era solo un proyecto infantil de madurez, iba corriendo a todas partes. Al colegio, a casa, al supermercado... A cualquier sitio. Era mi versión de huir de todo. Una parte de mi quería correr más deprisa, quería dejarlo todo atrás. Y por Dios!, era endiabladamente veloz. Barría los test de Cooper, recorría campos de fútbol en menos que cualquiera. Era una maquinaria muy bien desarrollada: piernas largas y fuertes y ganas de correr. A cualquier sitio,  pero correr.

Nunca supe como empecé o cuando, pero recuerdo cuando fui consciente. Un día, me vi corriendo por una avenida, a toda velocidad, solo por el mero hecho de correr. Iba rápido, saltando los bancos, como si los bancos no fuesen nada. La gente me miraba y yo pensaba: es que nunca han visto a nadie correr?
Recuerdo la sensación seca en la garganta, los pulmones ardiendo, los músculos de las piernas forzándose hasta el punto de llegar a moverse por inercia, dando zancadas que me parecían enormes.
Por supuesto no eran enormes. Pero a mi me lo parecían.

Otro motivo que tuve para darme cuenta, bueno, fue que me lo dijeron. Llego un día, en el colegio, en que había que hacer una redacción sobre algún compañero, y a una chica de clase le tocó hacerla sobre mi. Decía muchas cosas muy superficiales, hablaba de que tenía hermanos, de que tenía el pelo moreno, de que siempre iba con chandal, y de que siempre iba corriendo a todas partes como si tuviera miedo a llegar tarde. Parafraseándola: es como el conejo de Alicia en el país de las maravillas, pero mas alta.

Ahí si, que me cuestione mis motivos, me gustaba correr? Si. Pero, por que? Y esto lo supe más tarde, mi motivo era, que nunca estuve lo bastante lejos. Pero me gustaba pensar que algún día conseguiría estarlo.


Corrí durante años, a todas partes, no en plan joggin, sino en plan, as fast as you can. En plan ahogo y desahogo, en plan liberador y castigador. Corrí cuando empece a tomar malas decisiones, era como un ancla. Corrí cuando empece a sentir demasiado odio, era como un catalizador. Corrí cuando empece a boxear, porque ni eso era suficiente.

Pero un día, un ocho de marzo, cuando yo acababa de contar 18 veranos, eso se acabo.

Deja que te situe.
El ultimo recuerdo nítido, viene a las diez o diez y cuarto de la mañana.
Una conversación banal, una cerveza y una frase que yo no dije: "vamos a probar tu moto" .
Si bien la frase no la dije yo, si que la secundé. Y asentí con esta cabezota que mi buena genética me ha dado.
Demasiada velocidad, viento en la cara. Era mejor que correr. Porque podía huir más deprisa. Una curva. Un coche. Un frenazo. Una rueda trasera que resbala. La quemazón en la pierna, en las manos los golpes secos a través del casco y después : nada.
Para que me entiendas, fue como cuando se va la luz en casa, que te quedas en silencio, inmóvil. Hueco y yermo. Herido. Con miedo. Pero en este caso, solo duro una milésima de segundo. En serio, no hubo nada.
Y fue decepcionante. Viéndolo con perspectiva ahora puedo asegurar que esperaba algo más. Lo que fuera, algo que diera sentido a todo lo que sucede en el mundo. Pero no es cierto. No hay cielo. Solo hay un infierno, y es este. Y no importa lo mucho que corras, el cabrón te persigue y te alcanza. Te alcanza en sueños, te alcanza por las mañanas cuando has parado para dormir, te alcanza cuando respiras. Y te lleva. Te lleva hacia el cuarto de atrás de las cosas que odias. Ahí donde dejas las palabras que te han herido, ahí donde tienes las mentiras que te han dicho, ahí donde esta jugando la versión más absurda de ti. Y tienes que reaccionar rápido y correr. Correr como si el mundo se estuviera hundiendo tras de ti. Correr para no hundirte con el.

Durante los dos minutos mas cortos de mi vida, no hubo nada. Ni cielo, ni infierno, ni bien, ni mal, ni pasable.
Al despertar el primer recuerdo fue bastante patético:

Una frase: no podrás volver a caminar.

Recuerdo haber pensado con todo un sentimiento extraño en los ojos: que coño estoy haciendo aquí?
Como si fuese completamente anormal el hecho de que ese señor me estuviese mirando con pena y diciéndome cosas que no entendía. Sentía como que no iba conmigo, no podía ser yo. No podía ser a mi. Yo... Yo estaba en la nada. Y se estaba tan bien... Y ahora este tío, con su cara de perro mojado me miraba para decirme no solo que me había sacado de un lugar tranquilo, sino que me había traído para que? Para decirme que no podría nunca volver a intentar huir? No podría volver a darle una patada a mi hermano? Que nunca podré bailar?
Oh cielos! De no haber sido porque no podía, me hubiese levantado a darle una patada en la boca a ese individuo...
Pero no era posible, así que pensé en alternativas... Tirar cosas al suelo, gritar, mirar con odio... De forma involuntaria la tercera opción fue la elegida. Odio. Un odio irracional e incontrolado. Un odio enfermizo y colérico. Quería matar a ese hombre, a cada persona que se me cruzase en el camino. Para que aprendan, me dije, para que aprendan a que es lo que no se tiene que hacer cuando un animal herido yace en muerte en bajo un quitamiedos. Si, eso es, eso me decía.



Pero, entonces, serpenteando contra las paredes. Como escondido entre los muebles y los huecos... apareció él. Despacio, como solía venir. Con sus ojos llenos de miedo abiertos como ventanales en una tarde de verano. Sometidos y dolidos. Me miró durante lo que me parecieron dos millones de años hasta que levantó una ceja y dijo sin gracia: tienes un aspecto que me da vergüenza ajena.

Y el odio se fue. Ni siquiera se despidió, solo desapareció. Y quedamos él y yo. El con su sonrisa vagabunda que no encontraba la forma de llegarle a los ojos, y yo con un peso en el pecho que no me dejaba respirar. Él no estaba en la nada. Y yo prefería estar en la nada? Que hubiese sido de mi sin él? Y de él sin mi?
Sentía unas ganas locas de pedirle perdón, de decirle que no había pasado nada, que solo era un susto, que todo estaría bien pronto, que todo iría bien. Pero era incapaz de mentirle. Además, no hubiese servido de nada. Él había hablado con los médicos, sabia mejor que yo lo que pasaba. Principalmente porque yo no entendía nada y además, algo raro pasaba entre mi cabeza y mis cuerdas vocales. Era incapaz de hablar. Las palabras no tenían sentido, no había una sola frase que saliese entera. Las palabras, no eran palabras. No entendía lo que estaba pasando y no podía preguntar porque las palabras que pensaba y las que decía no tenían nada que ver.
Recuerdo haber pensando, esto será así a partir de ahora. Y es mal, está mal. Esto así no merece la pena. Demasiada pérdida, demasiado sacrifico. Demasiado infierno. Y yo sin piernas para correr.

De alguna forma el logro entenderme. Me sonrió esta vez si con los ojos y me dijo: vamos a arreglar esto. Pero tienes que querer arreglarlo. No puedo hacerlo solo. No quiero hacerlo solo. Si tu no me ayudas no voy ni a intentarlo.

Y ahí el odio resurgió, como un géiser. Que pretendía que hiciese yo? Postrada en una cama y sin poder expresarme? La frustración de todo en general era una cuerda con un peso al final que me tiraba de lo alto de la azotea. Y estaba por dejarme caer del todo. Pero repitió: vamos a arreglarlo.
Y todo volvió a la paz. No supe nunca porque, pero tuve la certeza de que tenía razón, de que podía arreglarse, de que si él lo decía, todo tenía solución. Y de que eso, ese momento, no era realmente un problema, sino un traspiés. Y que podríamos seguir adelante.

Después de muchos días y muchas noches, un día, pude volver a dar un paso. Dolió como duelen las cosas importantes. Pero mereció la pena. A esas alturas, yo ya era capaz de expresarme mas o menos de forma normal. Es decir, como ahora pero balbuceando un poco y con menos tacos. Algo mas despacio, pero algo era algo. Cierto que aun confundía cosas, pero eh, estábamos arreglándolo.

Es curioso lo complejo de la musculatura de nuestro cuerpo, tiene memoria, y una vez dado el primer paso, el resto... Dolieron cada vez menos. Y fueron cada vez más seguros. Primero dos pasos desde la cama, luego llegar al servicio, luego a la ventana del pasillo, luego... Luego... Luego...
El dolor no parecía irse del todo. Por lo que me dijeron no se iría nunca. Pero te diré algo, hay mentiras y mantras.
La primera mentira fue que no podría volver a andar. El primer mantra fue que íbamos a arreglarlo.
La segunda mentira fue que dolería siempre. El segundo mantra fue que el dolor existe en el único lugar en el que eres libre, tu cabeza.
La tercera mentira fue que siempre necesitaría bastón. El tercer mantra fue, no es suficiente si necesitas apoyo.
Y así hasta un largo etcétera de mentiras y mantras.
Un día, cometí la tontería de correr. Y de bruces me vi. Aún no podía huir. Aún no, pero algún día. Para cuando finalmente pude correr. Pasados años y años, me di cuenta de que ya no quería ir a ningún sitio. Y si quería ir a algún sitio podía ir en metro, o en avión, o... Andando.
Deje de tener prisa. El camino es el mismo. Pero ahora lo disfruto mas.


Una cosa si te diré; lo que me duele, cuando me duele la pierna, o la espalda, o la cabeza, cuando pierdo palabras. El peor dolor, es el de no poder haber hecho lo mismo por él. Que él no tuviera la mala pata de que lo arrancaran de la nada. De quedarse en este infierno.
Que si, que es un infierno, pero es nuestro. No hay dioses inmortales, no hay limbo para los no bautizados. Es nuestro, un infierno humano, un infierno en compañía de otros que pasean a tu lado viendo los mismos valles destrozados. Las mismas ruinas. Oyendo los mismos llantos.


En mi infierno, del que antes quería huir, hoy hay dos o tres cosas que tengo y siempre viajan conmigo. La primera, es haber tenido la oportunidad de tropezar para poder decirte, eh... Corre. Pero se consciente de que en algún momento vas a tener que parar. Y la otra. Pese a que corras, fíjate en lo que pasa a tu lado. Siempre hay algo que merece la pena ser observado. Porque en este infierno, a veces, hay pedazos de cielo que aun no están corruptos.
En mi pedazo de cielo, hay un azul sobre blanco. Y cuando está ahí, cuando soy consciente de ese azul y de ese blanco... Bueno, no puedo explicarte como es. Porque a fin de cuentas, al igual que el infierno es propio el cielo también debe serlo. Te diré solo que hace que todo, con sus luces y sus sombras, haya merecido la pena.








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