jueves, 5 de noviembre de 2015

Guerra


Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos.


A veces, me descubro luchando. Con la ropa ensuciada de lodo. En mitad de un campo de batalla lleno de heridas.

De pronto, como si me sacudiera una gran certeza, me doy cuenta de que no estoy en lucha, no soy quien está luchando.

Soy la guerra.

Y la guerra ni gana ni pierde, sólo existe. Sólo es.

La acción, la lucha, los luchadores, son todos los demás.

Observo de forma ajena las ramas partidas. Escucho las voces. Siento el miedo rozando las sílabas de mi nombre.

Pero estoy en una extraña paz. No es culpa mía ser quien soy. Y no puedo cambiarlo.
Intento alejarme del marco y propender con quien se deja la piel intentando no perderme.
Filtro las secuencias y por segundos, siento pena. No de quien lucha, sino de quien me hizo guerra.

Hay más restos de piel y huesos en mi memoria de los que soy capaz de recordar.

Y con todo y con eso, me resulta imposible plantearme el cerrar los ojos para no seguir viendo todo lo que está por llegar.

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