martes, 21 de julio de 2015

Fallen


Quien no ha afrontado la adversidad no conoce su propia fuerza.



Tener el dolor en sujeto, que no en sostenido.

Los comienzos nunca son fáciles. Quien te diga que si te miente. Deberían serlo, cierto.

Cuando algo comienza deberían dar una versión freemium, por si no te convence.

Pero no. Hete aquí la trampa: cuando algo empieza, empieza y no cuenta contigo.

Imagina esta situación: tu caminando por la calle y, de pronto, el suelo se abre. De desplaza deslizándose hacia abajo, dejando bajo tus pies una pendiente y a ti, pendiente de una caída.

Bueno, así son los comienzos por lo menos para mi. Aunque hay que decir que la mayoría de las veces estamos tan absortos que no somos conscientes ni del desplazamiento del suelo, ni del viaje inevitable que se avecina. Que se yo, supongo que nos distraemos por que estamos tu y yo hablando por whatsapp...

La cuestión fundamental es el cambio; un principio en cualquier formato implica un cambio.

A ver como lo digo, los principios: bien. Los cambios: mal.

Somos seres de costumbres, gregarios. Es más fácil acostumbrarse al dolor que pensar que puede haberse terminado. Supongo que es justo decir que también tenemos un puntito enorme de sadomasoquistas. Y con un puntito enorme, entiéndeme, me refiero a un inmenso boquete del tamaño del sol.

Vivimos en constante batalla, con nuestros padres, hermanos... Con nosotros mismos. Cuando creces la batalla la tienes con la pareja, el trío y la escalera de color. Y cuando llega ese momento en que el suelo se abre y te invita a caer a la fuerza, da miedo pensar en perder la mano que tenías. Aunque fuese un farol.

Pero, es inevitable. ¿O no?

Esa es la pregunta del millón: ¿podrías no caer?

Soy un espécimen humilde; personalmente no lucho contra lo inevitable. Y lo evitable... Suelo no evitarlo.
Pero a lo que iba, que me distraigo:

Mi suelo está abierto, lo veo, consciente. Y voy a arrastrar conmigo algún as en la manga. Porque la vida hace trampas. Y tramposos. Y si cuando llegue el momento de frenar contra el nuevo asfalto tengo miedo... Bueno, será cuestión de no decírselo a nadie.

Una cosa si sé, un comienzo es siempre mejor que un final. No hay final que merezca la pena ser leído, cantado o visto. ¿Pero un principio? Un comienzo con su miedo en technicolor, su vértigo en escala de grises, con las miradas desorbitadas en dolby y tu, en plano cenital.

Y aquí estoy con el suelo abierto y cayendo. Reconozco las ganas de ver irse hacia arriba las cosas que ya conozco y aproximarme a lo desconocido. Y me dejo caer, a un ritmo a veces lento, a veces rápido, y me recreo en las pequeñas nubes que atravieso. Y no siento la impaciencia del impacto, ni el pánico que habrá cuando mis huesos rocen el suelo sin cuidado.

Pero esto es así. Estos son mis comienzos. Si no te gustan... Bueno, ya habrán otros.



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